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Modelos De Oracion

MODELOS DE ORACIÓN

 

SAN AGUSTIN: “La oración es la inspiración del alma”

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

 

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

 

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

Extraído de: San Agustín."C

 

SAN JUAN D ELA CRUZ: “Solo Jesús entiende el lenguaje del amor”

ORAR DEJANDO AL ALMA A SOLAS CON DIOS

"El alma que anda en amor, ni cansa, ni se cansa".  (San Juan de la Cruz)

Si hemos logrado un acercamiento a Dios mediante la oración intima, es decir con las palabras, sentimientos y oraciones que han ido brotando de nuestro corazón, hay que dejar al alma a solas con Dios, que ella entre en dialogo, que ella se encumbre a Dios, se abra y se refugie en el, y se quede en estado de confianza, de tal modo que pueda expresarle todo lo que sienta, confesarle todo lo que anhela. Si logramos esto, nuestra alma se ira educando en Dios.

Por tanto es muy importante que nos vayamos acostumbrarnos a dirigirnos a Dios. Dirigirnos con el alma enamorada a El, con el alma entregada a El, buscando que ya no sea nuestra, sino que toda de El.

Dios es el creador de toda la naturaleza, esa es nuestra fe y toda palabra que viene de Dios es sabiduría plena, nadie es más justo que El y El lo dirige todo. Si todo esto esta en nosotros, y si estamos conciente de que Cristo Jesús ha venido para salvarnos, y que tenemos de regalo la gracia, de un Dios amoroso, de un Cristo Jesus que se conmueve de todo sufrimiento humano, el mismo Cristo que lloró al ver el llanto de María (Resurrección de Lázaro, Jn 11:38-44.). Esta emoción y lágrimas de Jesús, es una emoción profunda, legítima y bondadosa del Señor ante la muerte de su amigo, a quien Jesús amaba. En esas lágrimas de Jesús, quedaron santificadas todas las lágrimas que nacen del amor y del dolor de cada cristiano. La conciencia de a quienes nos dirigimos, el saber a quien nos entregamos con todo el corazón, su calidad y su actuar sobre nosotros, ira formando al alma para deleitarse de estar con El. Parece un poco rudo decir: deja que Dios te ablande el corazón, pero si se lo entregamos sin restricción, nuestra alma comenzará a fluir en rica oración.

El alma unida a Dios se diviniza de tal manera que llega a pensar, a desear y obrar conforme a Jesucristo. (Santa Teresa de Jesus)

 

 ORACIÓN DEL ALMA ENAMORADA San Juan de la Cruz

¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase. Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué te tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

 

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS: “           La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento  y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría, qu eme une con Jesús”

 

Yo te glorifico, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeñuelos (Lc. 10, 21).

 

Hablemos ahora de la oración de Santa Teresa del Niño Jesús. Confieso que me ha costado decidirme a abordar este tema, aunque me atraía extraordinariamente. Pero me parecía un sueño imposible de realizar. Se suele decir, no sin fundamento, que Teresa no tuvo nunca un método de oración. Pero es ésta una aserción negativa, puramente eliminativa, y de ningún modo puede servir de tema a una reflexión de orden práctico.

 

Era preciso buscar el lado positivo, y el deseo de dar con él me hacía suavemente atrayente el estudio y la exposición de esta materia. Se necesitaban pruebas positivas, pero ahí estaba precisamente la dificultad. ¿Dónde encontrar esas pruebas positivas sobre la oración de Teresa, si nunca nos ha hablado de su oración? Es éste un rasgo característico en ella, que la diferencia de sus Hermanas en santidad y en mística: Santa Teresa de Ávila, su Santa Madre; Santa Catalina de Sena, Santa Margarita María, Santa María Magdalena de Pazis y nuestra contemporánea Sor Isabel de la Trinidad.

 

¡Cosa extraña! En la Historia de un alma, de un alma contemplativa y mística como lo fue la de Teresa, nada deja entrever lo más profundo de su vida, su oración.

 

Y naturalmente se me ocurre pensar: si Teresa no nos ha dicho una palabra de su oración, ¿no será temerario, quimérico quizá, tratar de este tema? ¿No nos expondremos a aventurar unas hipótesis, basadas solamente en la fantasía? Pero apenas formulada esta objeción, afloraba la respuesta, no menos espontánea y apremiante: ¿será posible que nos veamos obligados a no decir nada, a no saber nada de la oración de nuestra Santa?

 

Hagamos un esfuerzo -Dios nos invita a ello- para conocer a esta alma privilegiada. No es posible conocer a un alma profunda como la de Teresa sin saber algo de sus relaciones íntimas con Dios, de su trato con El en la oración. Entonces, ¿es admisible que su método de oración, elemento esencial en la vida espiritual, nos sea totalmente desconocido? ¿Y que, por lo tanto, no haya posibilidad de proponérselo a las almas pequeñas? ¿Será este punto una verdadera incógnita? Si es así, tratándose de un punto capital como es el de la oración, habríamos de deducir que su alma, su vida, su camino, nos son desconocidos e inaccesibles, y esto sí que es una hipótesis inaceptable, que rotundamente nos negamos a admitir.

 

Tratemos, pues, con la ayuda de la Santa, que nada desea tanto como instruirnos en esta materia, tratemos, digo, de adivinar el secreto de la oración de Santa Teresa de Lisieux. Pongámonos confiadamente bajo su dirección. Pero notemos, ante todo, que no hemos de esperar de ella un método. Esto sería remar contra corriente. A este propósito nos parece necesaria una observación preliminar. Teresa conduce a las almas desde el punto en que los métodos de oración no les son necesarios, y más bien serían una rémora para ellas. De ahí se deduce otra observación práctica: Teresa nos enseña con evidencia que, en un momento dado, hay que liberar a las almas de los métodos, y creemos, contrariamente a la opinión común, que este momento no tarda en llegar cuando se trata de un alma que se entrega con generosidad a la vida espiritual.

 

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A los principios, la mayoría de las almas necesitan de un método. Digo la mayoría, pues algunas, más intuitivas -como la de Teresa-, nunca tuvieron necesidad de él. Otras, en mayor número, sí que lo necesitan, pero es evidente que sólo es un medio provisional. Las almas no llegan a la verdadera oración sino en la medida en que se liberan de ese andamiaje artificial. A la prudencia del Director toca discernir la oportunidad del momento en que será necesaria esa emancipación; más tarde o más temprano, según la necesidad de cada alma. Pero las almas pequeñas, rectas y sinceras, no tardarán, a juicio de Teresa, en sentir esa necesidad.

 

En general, nos apegamos fácilmente a nuestros medios humanos, a nuestros métodos, ya en la dirección de las almas, ya en nuestra propia vida de oración. Confundimos el medio con el fin, de tal modo que, en la práctica, no pocas almas confunden la oración con el método, y el abandonarlo les parece una infidelidad, aunque, por otra parte, les resulta penoso sujetarse a él.

 

Para hacer oración es preciso liberarse de todo lo que sea ficticio, y ponerse en la realidad. Nada menos sujeto a un método que la oración. Orar es someterse sinceramente a la acción de Dios, es decir, al Amor infinito; es entregarse a El, humilde y confiadamente. Y lo que falta a muchas almas es precisamente la confianza en Dios; inconscientemente se fían de sí mismas, de su propio trabajo y esfuerzo, de sus industrias y métodos; con ellos cuentan y, consecuentemente, les conceden excesiva importancia.

 

¡Es lamentable! Es olvidar que Dios, y sólo Dios, es el autor de la santidad, y que el trabajo del alma consiste en someterse sencillamente a la acción de Dios. Este punto es elemental, y, en teoría, todo el mundo lo sabe. ¡Pero cuán lejos estamos de vivirlo en la práctica!

 

La mejor manera de comenzar la oración es hacer un acto de fe, firme y ferviente, en el amor de Dios a la criatura miserable, y pedirle nos enseñe a corresponder a ese Amor. Esta es, dice el Cardenal Mercier, la única manera eficaz de ponerse en la presencia de Dios: Dios es Caridad.

 

Podemos, pues, afirmar que Teresa del Niño Jesús, que nunca usó de método en la oración, nos ha prestado un gran servicio, pues por el hecho mismo nos recuerda qué es la oración: intercambio de amor entre Dios, que es el Amor esencial, y el hombre, criado para amar, y que sólo de Dios puede recibir el amor que necesita; intercambio de amor entre la miseria de la criatura humana y la misericordia amorosa del Creador. Esa es la esencia de la oración; todo lo demás no son más que medios.

 

Un «medio» es, por consiguiente, lo que llamamos «Meditación»; es decir, el ejercicio del espíritu, de la inteligencia, de la razón... Este ejercicio que para muchos es lo esencial, el meollo de la oración, no es sino la antesala, el camino para entrar en ella. Y este medio necesario al principio, paso a paso ha de ir cediendo el terreno, y no ha de usarse sino en la medida necesaria para mover el corazón y despertar el amor.

 

¡Es increíble hasta qué punto complicamos el trabajo de la inteligencia en nuestra oración! Razonamientos, sutilezas, divisiones y subdivisiones sin fin del tema hasta agotar su contenido racional, sin más provecho que un agotamiento cerebral. Sacamos, eso sí, una conclusión lógica, muy lógica, que bautizamos con el nombre de propósito; resolución magníficamente racional, pero que en la práctica resultará perfectamente estéril y no tardaremos en olvidarla. La hemos hecho al margen de la realidad, de la verdad; es fruto de un trabajo humano.

 

Permítaseme hacer una indicación sobre los libros de meditación. Estamos como inundados por este género de literatura, que se va multiplicando; hay un verdadero pugilato de consideraciones largas y complicadas. Y, a mi parecer, los libros de meditación son, bajo cierto punto, un obstáculo a la oración. Es muy de temer que esos temas interminables torturen la mayoría de las inteligencias, llenando el alma de pensamientos y de ideas, que por no ser propias, nada tienen de común con ellas, con su estado actual, con sus atractivos, con sus necesidades; y pueden ser un tropiezo a la acción de la gracia, al trabajo del Espíritu Santo. Y ¿qué sucede?; que la meditación, a la que impropiamente llamamos oración, se convierte en algo ficticio, impersonal, falto de profundidad y de naturalidad. De ahí que se convierte en un trabajo fastidioso, y que las almas, lejos de sentir hambre y sed de este ejercicio, se hastían de él y lo abandonan, o al menos lo hacen como forzadas y por cumplimiento. Y hecho así, rutinariamente, no da ningún resultado práctico. ¡ Qué bien dijo Santa Teresa!: « La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho.» Su hija, Santa Teresa del Niño Jesús, nos dice eso mismo a su modo, no con palabras expresas, sino con su ejemplo, haciendo su oración con el corazón, es decir, amando.

 

Notemos, pues, que la primera enseñanza de Teresa es ésta: la oración es una cosa sumamente sencilla. ¡Qué lección tan provechosa! Agradezcámosle que nos la haya dado con su silencio, y procuremos simplificar la nuestra, en lugar de complicarla. Una palabra de Teresa servirá para esclarecer más este punto: «No encuentro en los libros nada que me satisfaga». «El Evangelio me basta.» Esta sencilla palabra es luminosísima; iba a decir divina.

 

Jesucristo se hizo hombre y vino al mundo para enseñarnos todo lo necesario en orden a la perfección, a la santidad. Y esta su enseñanza no fue razonada ni filosófica, sino sencilla, expuesta con palabras y lecciones llenas de luz y de vida, corroboradas por sus acciones, sus ejemplos, su vida toda. Esto es lo que encontramos en el Evangelio, el libro de Meditación por excelencia. Cuatro volúmenes escritos por Dios mismo, que nos muestran cuál es la perfección, practicada por un Dios, por nuestro Dios hecho hombre.

 

¿No sería razonable que todos los cristianos, especialmente las almas cristianas ávidas de perfección, dijesen, como Teresa del Niño Jesús: « El Evangelio me basta»? Tanto más cuanto que muchos podrían decir como ella: «No encuentro en los libros nada que me satisfaga.» Lástima que con tanta frecuencia nos apartemos de la verdad, siempre luminosa y sencilla, para entrar en un camino falso, artificial, complicado y fastidioso!

 

2

 

Hemos llegado al nudo de la cuestión. Nos va a ser relativamente fácil imaginar cuál fue la oración de nuestra Santa Carmelita. Abría el Evangelio; leía algunos versículos, no muchos; el Evangelio no es un libro que se pueda asimilar a grandes dosis. Entonces, despertando su fe ingenua y sencilla en el amor de Dios, adoraba humildemente a este Amor infinito; pedía la gracia de comprenderle mejor a través de Jesucristo y se ofrecía a El para que realizase en ella su obra y le enseñase a corresponder a sus designios.

 

En esa actitud de fe, de humildad, de adoración y de deseo miraba a Jesucristo y le escuchaba. En esa sencilla mirada su alma se empapaba en la contemplación de Jesucristo, de sus obras, de sus palabras. No buscaba más que el amor, y lo percibía profundizando la letra Evangélica hasta dar con el espíritu que la vivifica. Suavemente, sin prisa, sin agitación, su alma recibía nuevas luces; Dios se manifestaba más y más a ella, como un Padre infinitamente amante. Crecía en su corazón el deseo de amarle, y aprendía de Jesús, su modelo divino, la ciencia maravillosa de la caridad.

 

Así, sin cálculo, sin artificio, con la mayor naturalidad, formaba sus resoluciones si Dios se las sugería. Pero no se empeñaba en terminar su oración con lo que los libros denominan el propósito del día. Se renovaba y se reafirmaba, eso sí, en la firme resolución de hacerlo todo para agradar a Dios.

 

Salía de la oración no con la cabeza cansada, sino con el corazón dilatado; no con muchas hermosas ideas, sino más deseosa de no desperdiciar ninguna ocasión de sacrificarse para demostrar con estas naderías, como ella decía, la sinceridad de su amor. Las ideas, por muy hermosas que fuesen, pronto las hubiese olvidado. Pero el deseo de amar se posesionaba cada vez más de su corazón, y se hacía efectivo a lo largo de las acciones del día. Esa era la oración de Teresa. Bien podía decir que le bastaba el Evangelio. ¡ Qué triste sería que a nosotros no nos bastase este libro divino!

 

Aquí ocurre preguntar: ¿por qué muchas almas no encuentran en el Evangelio el alimento que necesitan? ¿Por qué no les basta la lectura de este libro? Quizá porque acuden a él con cierta curiosidad intelectual, deseando nutrir su espíritu de ideas y pensamientos nuevos; buscan en el Evangelio lo accidental, y dejan a un lado lo sustancial.

 

El Evangelio es el libro del Amor. No se ha de buscar en El más que amor. Quien se acerque al Evangelio con ese espíritu quedará iluminado.

 

No creo que Teresa haya leído muchos comentarios del Evangelio. Sucede con estos comentarios lo que con los libros de meditación; es preciso desembarazarse de las dificultades y puntos oscuros que en ellos se encuentran, para dar con la savia vivificadora. Y de hecho no son los comentaristas quienes nos ayudan a esclarecer el sentido del libro sagrado. El único verdadero comentarista del Evangelio es el Espíritu Santo, que ilumina a cada alma. Nos dijo nuestro Señor: Cuando venga el Espíritu Consolador... os recordará todo lo que Yo os he dicho (Jn. 16, 13; 14, 26). Se pueden entender también en este sentido estas palabras de la «Imitación»: «La Sagrada Escritura debe ser leída con el mismo espíritu con que fue escrita». El Espíritu Santo es el autor del Evangelio; luego sólo El puede ayudarnos a comprenderlo.

 

¿Era contemplativa la oración de Teresa? Sí, ciertamente. Contemplación tan sencilla que está a nuestro alcance, y que todos debemos desear, puesto que, como Teresa, hemos recibido los dones del Espíritu Santo que son la fuente de la contemplación. Don de Entendimiento, Don de Sabiduría y, sobre todo, Don de Piedad.

 

Es de lamentar, dicho sea de paso, que los autores espirituales, al hablar de la contemplación, apenas mencionan el Don de Piedad. En él y por él reciben las almas la gracia propiamente mística, que es ante todo un toque de amor recibido en la voluntad, si bien es, al mismo tiempo, una gracia de luz, la cual reside en la inteligencia. La oración, la contemplación de Teresa, fue ante todo y sobre todo una oración de amor.

 

Lo dicho bastará para que comprendamos y gustemos lo que Teresa pensaba de las distracciones y sequedades en la oración. De la suya apenas nos revela otra cosa que esas distracciones y somnolencias. Es frecuente creer que las distracciones son la ruina de la oración, y nos lamentamos de ellas porque hacemos de la oración un ejercicio principalmente intelectual. No opinaba así Teresa del Niño Jesús, como tampoco su madre, Teresa de Jesús.

 

Escuchemos sus confidencias, ingenuas, sí, pero llenas de sabiduría. «Debería atribuir mi sequedad a mi falta de fervor y de fidelidad. Debería entristecerme al ver que con frecuencia me duermo durante mi oración y acción de gracias. Pues bien, no me desconsuelo. Pienso que los niños agradan a sus padres tanto si están dormidos como despiertos; pienso que el Señor ve nuestra fragilidad y tiene en cuenta que no somos más que polvo» (Ps. 102, 14). «En mis relaciones con Jesús, nada; ¡sequedad, sueño! Puesto que mi Amado parece dormir, no se lo impediré. Me siento demasiado dichosa de ver que no me trata como a una extraña; que no se molesta por mí. Pues ciertamente no es El quien sostiene la conversación».

 

Estas palabras no tendrían sentido si la oración fuese solamente un ejercicio de la mente. Es, ante todo, un ejercicio de la voluntad, del corazón; consiste en la unión afectiva con Dios por amor. Y así, las distracciones y demás miserias naturales se convierten en nuevo motivo de humildad, de confianza y de amor filial.

 

Para terminar, quiero citar unas palabras del Padre Petitot sobre la oración de Santa Teresa del Niño Jesús: «Quien no ora (virtualmente) todo el día nunca tendrá oración.» Estas palabras podrán parecer paradójicas y exageradas, pero son profundamente exactas. El alma que durante el día no conserva el recogimiento podrá quizá en un momento dado hacer lo que se llama «meditación», es decir, un ejercicio de la mente durante el cual podrá ordenar unas cuantas ideas y reflexiones de orden sobrenatural, pero no es una oración propiamente dicha. Sirva esta indicación para animarnos a entrar en el camino de la oración recorrido por nuestra Santa.

 

Sin un recogimiento habitual, ni se comprende ni es accesible esta oración sencilla que se alimenta del Evangelio.

 

Pero conviene precisar un poco en qué consistió el recogimiento habitual de Teresa. Se dice ordinariamente que el recogimiento es una preparación, una condición para la oración. Ahora bien, ¿qué entienden muchas almas por recogimiento? ¿Un esfuerzo del espíritu? ¿Una renovación más o menos frecuente de la presencia de Dios? Podrá ser meritorio este trabajo del espíritu, esta tensión del pensamiento. Pero tal esfuerzo, del que fácilmente se cansan las almas, será poco provechoso. No era de este género el recogimiento de Teresa, como no lo es el auténtico recogimiento, que radica no en el espíritu, sino en el corazón; no en el pensamiento, sino en el amor. Así entendido, el recogimiento habitual y la oración no son dos cosas distintas, la primera de las cuales sea condición para la segunda; sino que son una sola y misma cosa, ininterrumpida, continua, pues las dos constituyen la vida misma de nuestra alma que se alimenta de amor.

 

Esto explica la sencillez y naturalidad con que Teresa del Niño Jesús hacía su oración. El trato con Dios era su vida; su oración y su deseo de dar gusto al Señor eran frutos de una misma raíz: el Amor. Por eso no necesitaba método: «Ama y haz lo que

 

IGNACIO LARRAÑAGA: “la oración es un trato afectuoso a solas con Dios,  que sabemos nos ama; un avanzar en la unión íntima y profunda en y con el Señor que se nos ofrece como compañero de vida”

 

Mucha gente no avanza en la oración por descuidar la preparación previa.

Hay veces en que, al querer orar, te encontrarás sereno. En este caso no necesitas ningún ejercicio previo. Sin más, concéntrate, invoca al Espíritu Santo, y ora.

Otras veces, al inicio de la oración, te sentirás tan agitado y dispersivo que, si no calmas previamente los nervios, no conseguirás ningún fruto.

Puede suceder otra cosa: después de muchos minutos de sabrosa oración, de pronto te das cuenta que tu interior se está poblando de tensiones y preocupaciones. Si en ese momento no echas mano de algún ejercicio de relajación, no solamente perderás el tiempo sino que te resultará un momento desapacible y contraproducente.

Te entrego, pues, unos cuantos ejercicios muy simples. De ti depende cuáles, cuándo, cuánto tiempo y de qué manera utilizarlos, según necesidades y circunstancias.

Siempre que te pongas a orar, toma una posición corporal correcta -cabeza y tronco erguidos-. Asegura una buena respiración. Relaja tensiones y nervios, suelta recuerdos e imágenes, haz vacío y silencio. Concéntrate. Ponte en la presencia divina, invoca al Espíritu Santo y comienza a orar. Son suficientes cuatro o cinco minutos. Esto, cuando estés normalmente sereno.

Relajación corporal. Tranquilo, concentrado, suelta uno por uno los brazos y piernas (como estirando, apretando y soltando músculos) sintiendo cómo se liberan las energías. Suelta los hombros de la misma manera. Suelta los músculos faciales y los de la frente. Afloja los ojos (cerrados). Suelta los músculos-nervios del cuello y de la nuca balanceando la cabeza hacia adelante y hacia atrás, y girándola en todas direcciones, con tranquilidad y concentración, sintiendo cómo se relajan músculos-nervios. Unos diez minutos.

Relajación mental. Muy tranquilo y concentrado, comienza a repetir la palabra "paz" en voz suave (a ser posible en la fase espiratoria de la respiración) sintiendo cómo la sensación sedante de paz va inundando primero el cerebro (unos minutos sentir cómo se suelta el cerebro); y después recorre ordenadamente todo el organismo en cuanto vas pronunciando la palabra "paz" y vas inundando todo de una sensación deliciosa y profunda de paz.

Después, haz ese mismo ejercicio y de la misma manera con la palabra "nada"; sintiendo la sensación de vacío-nada, comenzando por el cerebro y siguiendo por todo el organismo hasta sentir una sensación general de descanso y silencio. De diez a quince minutos.

Concentración. Con tranquilidad, percibe (simplemente sentir y seguir sin pensar nada) el movimiento pulmonar, muy concentrado. Unos cinco minutos.

Después, ponte tranquilo, quieto y atento; capta y suelta todos los ruidos lejanos, próximos, fuertes o suaves. Unos cinco minutos.

Después, con mayor quietud y atención, capta en alguna parte del cuerpo los latidos cardíacos, y quédate muy concentrado en ese punto, simplemente sintiendo los latidos, sin pensar nada. Unos cinco minutos.

Respiración. Ponte tranquilo y relajado. Siguiendo lo que haces con tu atención, inspira por la nariz lentamente hasta llenar bien los pulmones, y espira por la boca entreabierta y la nariz hasta expulsar completamente el aire. En suma: una respiración tranquila, lenta y profunda.

La respiración más relajante es la abdominal: se llenan los pulmones al mismo tiempo que se llena (se hincha) el abdomen; se vacían los pulmones, y al mismo tiempo se vacía (de deshincha) el abdomen. Todo simultáneo. No fuerces nada: al principio, unas diez respiraciones. Con el tiempo pueden ir aumentando.

Te repito: como adulto que eres, debes utilizar estos ejercicios con libertad y flexibilidad en cuanto al tiempo, oportunidad, etc.

Al principio, quizás, no sentirás efectos sensibles. Paulatinamente irás mejorando. Habrá veces en que los efectos serán sorprendentemente positivos. Otras veces, lo contrario. Así de imprevisible es la naturaleza.

Hay quienes dicen: la oración es gracia; y no depende de métodos ni de ejercicios. Decir eso es un grave error. La vida con Dios es una convergencia entre la gracia y la naturaleza. La oración es gracia, sí; pero también es arte, y como arte exige aprendizaje, método y pedagogía. Si mucha gente queda estancada en una mediocridad espiritual no es porque falle la gracia sino por falta de orden, disciplina y paciencia; en suma, porque falla la naturaleza.

 

SANTA TEREZA: “ La oración mental a mi parecer no es otra coas sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas  con quien sabemos nos ama”

 

EL CAMINO DE LA ORACION

según Santa Teresa de Jesús

 

1. La oración: camino de amistad con Dios

 

Han habido variadas definiciones de Oración a lo largo de la historia. Santa Teresa de Jesús nos dejó una: "No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama".

 

La Oración, entonces, es tratar como un Amigo a Aquél que nos ama. Y "tratar de amistad" y "tratar a solas" implica buscar estar a solas con Aquél que "sabemos nos ama".

 

 

Y a Dios le agrada estar con el hombre -como el amigo se goza en el amigo y un padre con su hijo. Dios siempre se agrada cuando el orante decide "estar a solas con El", orando, tratando con el Amigo.

 

La Oración, como la amistad, es un camino que comienza un día y va en progreso. El orante comienza a tratar al Amigo que le ha amado desde toda la eternidad, y así empieza a conocerle, a amarle, a entregarse a El, en una relación que sabe no finalizará, pues en la otra vida será un trato "cara a cara" y en felicidad infinita y perpetua.

 

2. La oración: camino de interiorización

 

"Tratar a solas" es indicativo de búsqueda de soledad y de silencio, para poder estar con el Amigo. "Acostumbrarse a la soledad es gran cosa para la oración", dice la Santa. Y a los principiantes dirá: "... han de menester irse acostumbrando a ... estar en soledad". Y, apoyándose en el Evangelio nos recuerda: "Ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía El siempre que oraba".

 

La soledad/silencio debe verse como tiempos en los que el alma, sola y a solas, se vuelve a su Dios. Así, la soledad/silencio no es ausencia, sino presencia del Amigo.

 

En la soledad/silencio podemos captar la voz de Dios y las inspiraciones de Su Santo Espíritu. Orar no es tanto hablar nosotros a Dios, sino guardar silencio ante El: abrirle la puerta para que El se comunique a nosotros desde nuestro interior.

 

La Oración nos exige momentos específicos en el día para estar a solas con El que sabemos nos ama. Y tan importante es esto, que Teresa de Jesús presenta la búsqueda de soledad como prueba de la autenticidad de la Oración, al decirnos que la Oración acrecienta el deseo de soledad: "Desea ratos de soledad para gozar más de aquel bien".

 

Al estar a solas y en silencio, la persona va interiorizándose, o sea, va uniéndose a Dios que está en su interior.

 

           

Santa Teresa describe ese camino de interiori-zación en su obra "Las Moradas" o "Castillo Interior", y en ella compara al alma con un castillo que tiene muchos aposentos o Moradas,

 

"y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma".

Las Moradas son siete, equivalentes a siete diferentes niveles de interiorización, desde donde nos relacionamos con Dios. (Ver "Etapas o niveles en la vida de oración contemplativa" y APENDICE "Tres etapas en la Vida Contemplativa").

 

3. La oración: camino de purificación

 

Santa Teresa nos dice que "Dios no se da a Sí del todo, hasta que no nos damos del todo". Así que si queremos que el Señor se apodere de nosotros con la Oración de Quietud y de Unión, debemos darnos por entero a El.

 

Y en esta donación total, nuestro peor enemigo es nuestro "yo". Dice la Santa que "no hay peor ladrón" que "nosotros mismos". Se refiere a las tendencias egoístas que tenemos que combatir, pues impiden nuestra libertad espiritual. El amar la voluntad propia antes que la de Dios nos carga de "tierra y plomo".

 

No siempre se tratará del deseo de cosas ilícitas; puede tratarse de cosas buenas, pero que están conforme a nuestra voluntad, a nuestro criterio. Hay que mirar por encima de nuestros conceptos humanos, por buenos que puedan parecer, y atender a la Voluntad de Dios antes que a la nuestra, porque dice el Señor: "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son Mis Caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, Mis Caminos son más altos que los vuestros; Mis Planes que vuestros planes" (Is. 55, 8-9).

 

También nos recuerda Teresa de Jesús que el "Venga a nosotros Tu Reino" (donación de Dios al alma) va, en el Padre Nuestro, junto al "Hágase Tu Voluntad" (donación del alma a Dios). Y nuestra donación a Dios es siempre una donación dolorosa, pues en ella Dios va purificando a la persona de apegos y afectos desordenados. Esta purificación a veces hace llorar el alma y sangrar el corazón, pero termina por dejarnos completamente libres para Dios.

 

El sufrimiento no hay que rechazarlo, pues cuando esto hacemos la cruz se vuelve más pesada. Tampoco debe verse como un peso que hay que aceptar necesariamente. En el sufrimiento hemos de reconocer la cruz que Dios nos brinda para nuestra purificación y para nuestra unión con El.

 

Si el Señor nos envía algo de sufrir, según Santa Teresa, eso es prenda de Su predilección. Jesús pasó por ese camino, siendo "Su Hijo Amado" (Lc.4, 17). Por eso, cuando Dios trata a un alma como a Jesús, es precisamente porque mucho la ama.

 

¿Parece locura, quizá masoquismo? Pero San Pablo nos advierte: "A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu" (1ª Cor. 2, 12).

 

La actitud de Teresa de total entrega a la Voluntad de Dios, no importa lo que Dios pida, no importa lo que Dios mande, viene mejor expresada en este poema, del cual hemos extraído algunas estrofas:

 

Vuestra soy, para vos nací,

¿Qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,

Dad consuelo o desconsuelo,

Dadme alegría o tristeza,

Dadme infierno o dadme cielo,

Vida dulce, sol sin velo,

Que a todo digo que sí.

¿Qué mandáis hacer de mí?

Dadme, pues sabiduría,

O por amor, ignorancia,

Dadme años de abundancia

o de hambre y carestía;

Dad tiniebla o claro día;

pues del todo me rendí.

¿Qué mandáis hacer de mí?

Dadme Calvario o Tabor,

Desierto o tierra abundosa,

Sea Job en el dolor,

O Juan que al pecho reposa;

Sea la viña fructuosa

O estéril, si cumple así.

¿Qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,

Si no, dadme sequedad,

Si abundancia y devoción,

Y si no, esterilidad.

Soberana Majestad,

Sólo hallo paz aquí.

¿Qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

4. La oración: camino de transformación

 

La Oración es transformante: si no cambia nuestra forma de ser, nuestro modo de vivir, nuestros valores, no está siendo provechosa, pues ORAR ES CAMBIAR DE VIDA.

 

El camino de Oración va siendo trazado por una secuencia de acciones que Dios va realizando en la persona que Lo busca sinceramente. La total entrega a Dios, la total identificación de la persona con Dios, no puede ser fruto sólo de nuestro esfuerzo personal, pues excede nuestra capacidad. Es fruto de la acción de Dios en el alma que se deja guiar por El, por el camino estrecho de la purificación interior, que lleva a la transformación de la persona en el modelo que es Cristo.

 

Sin embargo, Teresa de Jesús nos dice que es esencial la práctica de la virtud, pues es imposible ser contemplativo sin tener virtudes y que "es menester no sólo orar, porque si no procuráis virtudes, os quedaréis enanas".

 

Aunque Dios ha infundido en nosotros las virtudes en el Bautismo, sin mérito nuestro, no las hace crecer sin nuestra colaboración, siempre con la ayuda de Su Gracia.

 

Al practicar las virtudes, facilitamos la acción de Dios en nosotros y el alma se hace más apta para sentir y seguir las mociones del Espíritu Santo.

 

Tan importante es para Santa Teresa el crecimiento de las virtudes, que ha llegado a decir: "Yo no desearía otra oración, sino la que me hiciese crecer las virtudes". Y también: "Si (la oración) es con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones, y esto me dejase más humilde, esto tendría por buena oración".

 

La mejor oración, entonces, será la que más cambie nuestra vida, la que más nos lleva a imitar a Cristo, la que más no haga crecer en los "frutos del Espíritu", que refiere San Pablo en su carta a los Gálatas (5, 22).

 

5. La oración: camino de paz

 

Una persona totalmente entregada a la Voluntad de Dios, no puede sino vivir en paz, que es uno de los frutos del Espíritu.

 

No importa cuál sea la situación, propia o de nuestros hijos o familiares, si estamos entregados a Dios, si estamos en Sus Manos, estaremos en paz.

 

La paz no se prueba estando fuera de la tormenta. La paz es, ante todo, estar en serenidad en medio de la tormenta. Y la experiencia propia y/o de otros nos muestra que vendrán ratos de tormenta. Pero si tenemos confianza en el "Amigo que nunca falla", si nuestra voluntad es una con la Suya, ¿qué podemos temer?

 

"Señor: Tu nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas Tú" (Is.26, 12). San Pablo corrobora esto en su "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil.4, 13). Y Santa Teresa sintetiza la Oración como Camino de Paz en su breve poema:

 

"Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda,

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta".

 

6. La oración: camino de servicio al prójimo

 

Las gracias místicas, aún las más elevadas, no son un regalo de Dios sólo para que el alma las disfrute, sino que son para fortalecerla, hacerla generosa y animarla a servir a los demás.

 

Para ayudar en el servicio al prójimo, en algún momento en la vida de oración, pueden comenzar a surgir en algunos orantes -como un auxilio especialísimo del Señor- los CARISMAS O DONES CARISMATICOS, llamados por los Místicos Gracias Extraordinarias, que son dados para utilidad de la comunidad, pues su manifestación está dirigida hacia la edificación de la fe y como auxilio a la evangelización y como un servicio a los demás, tal como lo indica San Pablo:

 

“En cada uno el Espíritu revela su presencia con un don que es también un servicio. A uno se le da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes con el mismo Espíritu. Otro recibe el don de la fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro conoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, el cual reparte a cada uno según quiere” (1ª Cor. 12, 7).

 

Los Carismas son, pues, dones espirituales, gratuitamente derramados, que no dependen del mérito ni de la santidad personal, ni tampoco son necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, el ejercicio abnegado de ellos de hecho produce progreso en la vida espiritual por ser actos de servicio al prójimo.

 

En cuanto a los Carismas o Gracias Extraordinarias, hay que tener muy presente otro consejo de San Pablo:

 

“No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas. Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1a. Tes. 5, 19-21).

 

Y es así que mientras más se adelanta en la Oración, más debe acudirse a las necesidades del prójimo. La Oración que adormece, que ensimisma, no es genuina, pues la verdadera oración genera servicio a los hermanos. Para saber qué clase de oración se tiene, debemos medir cómo es nuestro compromiso con los demás, antes que apreciar cómo pasamos los ratos de oración.

 

La vida de oración debe ser un balance entre María y Marta, las hermanas de Lázaro (cfr. Lc. 10, 38-41), entre la vida contemplativa y la activa. A las almas de oración sin obras reprende la Santa, sin dejar a un lado su humor característico: "Cuando yo veo almas muy diligentes en entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, ... porque no se les vaya un poquito el gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio ... te compadezcas de ella ... no tanto por ella, como porque sabes que Tu Señor quiere aquello".

 

Pero nuestra acción apostólica debe estar enraizada en Cristo, pues el apostolado no es labor humana, sino divina, a la cual prestamos nuestra colaboración, sólo como humildes instrumentos. Por ello el orante/apóstol debe sentir con Dios, debe poner su corazón en contacto con el de Dios, para que una vez lleno con el Amor de Dios por los hombres, se derrame en sus hermanos. Así, será el Amor de Dios y no el propio, imperfecto, el que continúe ayudando, sirviendo, actuando en el mundo. De allí que nuestro compromiso con los demás deba ser pasado por la oración, que si es genuina, es sitio desde donde se ven verdades, para evitar estar revelándonos a nosotros mismos, en vez de revelar a Aquél que es Todo Amor.

 

http://www.caminando-con-jesus.org/ORACION/QUEESORARACOMORAR.htm

http://www.lluviaderosas.com/santa_teresita/index.php?Itemid=33&id=59&option=com_content&task=view

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